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Escuchar...

Mauricio Bejarano

Si no se donde estoy es porque nada suena…[1]

El acto de escuchar involucra integralmente al ser humano… el oído y la oreja, el cuerpo, la piel, los huesos, la memoria, la experiencia sensorial, el conocimiento, la fantasía, la ensoñación y la imaginación. El acto de escuchar implica niveles físico mecánicos, fisiológicos, sensoriales, perceptivos, experienciales, mnemotécnicos, cognitivos y simbólicos. Como seres sonoros y resonantes que somos, el acto de escuchar conlleva actitudes, posturas y acciones sobre el entorno, ante los otros y ante nosotros mismos. La escucha es una acción “intencional” que se moviliza desde lo circunstancial en medio de estímulos físicos indiscriminados hacia lo circunstancial cuando éstos se hacen experiencia… sensaciones, pulsiones, deseos, señales, signos y códigos pertinentes, utilitarios y conceptualizados.

El acto de escuchar —la escucha—, puede tener muchas denominaciones y maneras de entenderse y caracterizarse. La escucha es supervivencia y comunicación pero también es ensoñación y sobre todo ¡acto creativo! Escuchamos pasiva y activamente, voluntaria e involuntariamente; escuchamos de manera desprevenida pero también con toda atención e intención; escuchamos de manera sensible, afectiva, emocional, erótica, consciente, conceptual y profunda; y solamente para enumerar algunos tipos de escucha, existen las escuchas natural, causal, semántica, codal, táctil, visual, sinestésica, imaginaria, onírica, mental, reducida, acusmática, fenomenológica, esquizofónica, ficcional, fonográfica, radiofónica, mediática.

Empezamos a escuchar desde antes de nacer; el aparato auditivo llega a su desarrollo aproximadamente en el tercer mes y medio del desarrollo del feto; y es a partir de ese momento cuando se comienzan a captar los sonidos intrauterinos y luego, a partir del cuarto mes, podemos captar los sonidos ambientales del exterior. Nos preguntamos si todos nacemos con las mismas condiciones y capacidades auditivas, al menos potencialmente. Sin embargo, podemos afirmar que nacemos con capacidades, características y aptitudes diferenciadas individualmente en cada uno de nosotros. Conviene también preguntamos, sin esperar una respuesta concreta, si nuestra escucha original y primigenia es “limpia”, total, completa, profunda e infinita. No obstante, de lo que no tenemos duda, es que las circunstancias sociales, geográficas y culturales, el desarrollo físico y mental, la educación ambiental, sensorial y cultural, los hábitos y costumbres, las reglas de conducta y adiestramientos en el contexto familiar y social y la formación e instrucción académica, científica, artística, musical, religiosa, militar, entre muchas otras, se encargan de especializarla, limitarla y (de)formarla hasta la posible atrofia.

Por doquier, los códigos analizan, marcan, restringen, encauzan, reprimen, canalizan los sonidos primitivos del lenguaje, del cuerpo, de los útiles, de los objetos, de las relaciones con los otros y con uno mismo.[2]

Cuando decimos que “no tenemos oído”, que tenemos “oído de tarro”, “oído de artillero”, que somos “medio sordos”, que gozamos del privilegio de tener “buen oído”, o mejor aun, de tener “oído absoluto” o la capacidad extrema de una “escucha reducida”: ¿a qué nos estamos refiriendo? ¿posiblemente a lo que culturalmente podríamos catalogar como tipos de escuchas defectuosas, especializadas o eventualmente privilegiadas?

…abrirse a la resonancia del ser o al ser como resonancia. El silencio, en efecto, debe “entenderse” aquí no sólo como una privación, sino como una disposición a la resonancia: un poco —y hasta exactamente— como cuando, en una condición de silencio perfecto, uno oye resonar su propio cuerpo, su aliento, su corazón y toda su caverna retumbante.[3] ¿Qué pasaría si aceptáramos todas las variadas y diferentes formas de escuchar como cualidades? ¿Qué pasaría si la sordera, por ejemplo, se considerara una habilidad del oído?[4]. También podríamos preguntarnos si consideramos la capacidad de tener “oído absoluto” como un defecto limitante de la escucha; esta última cualidad, un tanto cuestionable, que tienen algunas personas, un oído “perfectamente afinado”, un oído capaz de identificar con precisión la altura de los sonidos “musicales”, siempre en relación a las arbitrarias y convencionales notas musicales occidentales. Además debemos incluir en este conjunto a todas las personas con condiciones hipoacúsicas, personas sordas, ciegas y sordo-ciegas que evidentemente escuchan en condiciones muy especiales y de maneras muy particulares.

La escucha en sí misma es inclusiva, pero culturalmente e institucionalmente tiende ha jerarquizarse, categorizarse, especializarse y por consiguiente a limitarse. La escucha debe ser incluyente y total y abrirse a todas las formas, niveles y características de la percepción auditiva… abrirse al infinito.

Cada uno de nosotros escuchamos de modo diferente, singular y extraordinario, pues como lo hemos dicho, la escucha depende de una condición integral, circunstancial y ambiental del ser, que involucra su condición genética, anatómica, fisiológica y psicológica, su contexto y desarrollo social y cultural, su experiencia, memoria e imaginación, sus actitudes, deseos, fantasías, aspiraciones y expectativas. En general, entendemos la escucha como la capacidad de percibir vibraciones a través de nuestro oído; pero el sentido del oído no se limita exclusivamente a esta percepción sino que incluye la totalidad de nuestro cuerpo, el tacto, el sistema óseo, la visión y todo el sistema sensorial cinestésico, propioceptivo e interoceptivo, además de toda la carga y contenido de la memoria, la experiencia y la cultura. Todos aspiramos a una percepción auditiva lo más completa posible, y en este deseo, tal vez idealizado e imposible, deberíamos aceptarnos en nuestras propias y particulares capacidades, cualidades, potencias y limitaciones. Ante este ideal de escucha, tenemos que aceptar que nuestra percepción del mundo es personal y felizmente incompleta y limitada; siempre nos harán falta partes, intersticios y umbrales que podemos simplemente obviar y olvidar o completar con nuestra imaginación creativa. Lo anterior significa que es importante aceptarnos en nuestras variadas y múltiples capacidades sensoriales y auditivas. El ambiente sonoro que ha acompañado nuestra vida a través del tiempo lo hemos organizado con la ayuda de diferentes sistemas de referencia, y el repertorio de sonidos que lo constituye está siempre en proceso de expansión, posiblemente sin que podamos llegar a un definitivo inventario y catalogación. De hecho, cada día estamos creando nuevos procesos, ambientes, territorios, edificios, tecnologías, instrumentos, herramientas, utensilios, enseres, objetos, hábitos y usos, y por consiguiente nuevos e insospechados sonidos.

Lo cierto es que día a día estamos construyendo signos de referencia con base en el conocimiento y la experiencia cotidiana y vamos asignándoles, a todos los “ruidos” de la vida, a todos los sonidos del mundo, un sitio, un lugar y un significado en nuestro imaginario y memoria cultural. Solamente es necesario que un sonido ocurra, para que lo ubiquemos en nuestro horizonte perceptivo y semántico, identifiquemos algunas de sus características específicas, le asignemos algún nombre y le demos valores particulares. Todos los sonidos que componen el entorno están siendo permanentemente, inventariados, codificados y valorados, partiendo de las esferas de los sensorial y lo perceptivo, pasando por el ámbito de lo conceptual y cognitivo, hasta volver al mundo de las actitudes y las acciones. Los percibimos, los integramos a nuestro entorno cognoscitivo y generamos valores y acciones en torno a ellos.

Los artistas, tenemos entonces necesariamente que asumir procesos en nuestra práctica para expandir y llevar el mundo sonoro a los confines de la escucha, asumiendo la escucha —las escuchas— como una forma de arte, poniendo especial énfasis en una escucha creativa, poética, sensitiva y consciente, minuciosa y sutil, lúcida y lúdica, con la posibilidad de proponer libremente sobre nuestros entornos públicos y privados, con el potencial de colorear de climas, de vibraciones, de ruidos, de murmullos, de murmurios, de estridencias y de fragancias sonoras, nuestra vida y nuestro mundo.

¡Siempre habrá un sonido más! ¡Siempre habrá una nueva escucha! ¡Habitamos y creamos un universo cambiante y abierto de sonidos y de oídos infinitos!

[1] Bejarano, Julia Nanda. Ilustración en Pedazos de Mundo de Mauricio Bejarano. Colección Notas de Clase nº 15. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, Colombia, 2013. P. 6

[2] Attali, Jacques. RUIDOS, Ensayo sobre la economía política de la música. Siglo XXI editores. México, 1996. p. 15.

[3] Nancy, Jean-Luc. A LA ESCUCHA. Amorrortu / Editores. Buenos Aires, Argentina, 2007. P. 45.

[4]Esta fue la pregunta que se plantearon, artistas y científicos reunidos en 2013 por Council.Art, una organización autodefinida como activista social sin ánimo de lucro de origen francés fundada por Grégory Castéra and Sandra Terdjman. Iniciativa que ha tenido diversas manifestaciones teóricas, experimentales, expositivas y musicales como por ejemplo la Asamblea Oído Infinito realizada en Bergen, Noruega en septiembre de 2016 o la exposición Oído Infinito realizada en el Centro-Centro en Madrid, España, en diciembre de 2019.

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